Hyacinthus
In the shade of a dream where muddy water stagnates
– one-night stands with rivers of silence,
The profile of your voice releases its swallows
About the joyful mistake of your sex.
The water of that river will continue to run tomorrow,
But your perfume will not grow in the wind,
Because sad hearts are born in your heart
When your hands vainly seek your breasts.
But your eager eyes rise above insomnia
And your gaze lights the lamps of time.
“Taciturn trees that fade in your hands
And dark roots in the thirst of your dream.
Because you feel free and yet
With the throbbing temple of slavery and mysteries;
And a hangover of dry leaves mutes your joy,
And a vertigo of wings rises from the bottom of your fear.
And then bells and water lilies dawn
And a murmur of clear water bifurcates the paths,
For you, who are risen with tranquil eyes,
You know there is a death that leaves the body alive.
You know there are horror forests in the high night
– unspeakable minutes of black mazes –
And that there are depths of algae and madréporas
Where souls submerge with open arms.
You, shipwrecked on the top of your mast,
You know that there are green islands in the sinister seas,
And barren latitudes where seagulls do not arrive
And anchors that were forgotten in the blood and the kiss.
You, a hunter still at the tip of your arrows,
He saw the doves pass among the drunken woods,
And in the humidity of the dawn mutinous in birds
Your quiver was intact and your ardor satisfied.
You, who have seen life die in the clocks,
You calmly cross the bridges of memory
With hands stretched out to a fugitive mirage
And shoulders bent under the weight of a dream.
You know that there are cisterns of stupor and fever
And faces that appear at the end of your mirror,
And that there are sullen peaks and remoteness of mosques
In a perpetually new old flavor.
You know, Hyacinthus, the epitaph of the rose
And you have bogged in the water that corrodes the oars,
And squeezed in thy cup evil mandrakes
To look at life with the eyes of a blind man.
You learned to be alone contemplating the stars,
But your instinct, double and frantic,
Put silver bees in your golden sandals
And Phoenician rings on your fingers;
And then you, Hyacinthus, who believed yourself invulnerable,
You wrap your forehead with fresh branches,
Because fatally the immemorial dart
Find two ways to hurt your chest.
And you are happy like that, dying of stars,
Waving in your torch ice cobwebs,
With your ambiguous smile of unfinished woman
And your resentment of incomplete man.
And you look in your paramos fog horizons
With a cry of salt bleeding into echoes …
-Sea and mollusk tide
And deaf tentacles that climb to your bed.
And you are happy, Hyacinthus, in solitude and shadow,
With your agile heels and curly hair;
With your Egyptian gaze clouded with pyramids
Where their twilight rises the curse of deserts.
And you’re happy like that, you tramp of ecstasy,
And you unfold candles to the breath of desire
Watching the clouds go by to make you sad
Under the inseparable duality of your sex.
And you go the path that leads nowhere
With the sleepwalking spider that keeps your secret,
With hands without shadow, shining with dew,
And with the clumsy pride of having killed a dream.
Original Spanish text:
En la sombra de un sueño donde se estanca un agua turbia
-ceniza de una noche con ríos de silencio-,
el perfil de tu voz suelta sus golondrinas
sobre el error alegre de tu sexo.
El agua de ese río seguirá corriendo mañana,
pero ya tu perfume no crecerá en el viento,
porque en tu corazón nacen espigas tristes
cuando tus manos buscan vanamente tus senos.
Pero tus ojos ávidos se alzan sobre el insomnio
y tu mirada enciende las lámparas del tiempo.
-Árboles taciturnos que se deshojan en tus manos
y raíces oscuras en la sed de tu sueño.
Porque te sientes libre y sin embargo
con la sien palpitante de esclavitudes y misterios;
y una resaca de hojas secas enmudece tu júbilo,
y un vértigo de alas surge del fondo de tu miedo.
Y entonces amanecen campanas y nenúfares
y un rumor de agua clara bifurca los senderos,
pues tú, que resucitas con los ojos tranquilos,
sabes que hay una muerte que deja vivo el cuerpo.
Tú sabes que hay florestas de horror en la alta noche
-minutos indecibles de laberintos negros-,
y que hay profundidades de algas y de madréporas
donde las almas se sumergen con los brazos abiertos.
Tú, náufrago en lo alto de tu mástil,
sabes que hay islas verdes en los mares siniestros,
y latitudes cárdenas donde no llegan las gaviotas
y anclas que se olvidaron en la sangre y el beso.
Tú, cazador inmóvil hasta en la punta de tus flechas,
viste pasar las corzas entre los bosques ebrios,
y en la humedad del alba amotinada en pájaros
tu carcaj quedó intacto y tu ardor satisfecho.
Tú, que has visto morir la vida en los relojes,
cruzas serenamente los puentes del recuerdo
con las manos tendidas a un espejismo fugitivo
y los hombros doblados bajo el peso de un sueño.
Tú sabes que hay cisternas de estupor y de fiebre
y rostros que se asoman al final de tu espejo,
y que hay hoscos picachos y lejanías de mezquitas
en un sabor antiguo perpetuamente nuevo.
Tú conoces, Hyacinthus, el epitafio de la rosa
y has bogado en el agua que corroe los remos,
y exprimiste en tu copa mandrágoras nefastas
para mirar la vida con los ojos de un ciego.
Tú aprendiste a estar solo contemplando los astros,
pero tu instinto, dúplice y frenético,
pone abejas de plata en tus sandalias de oro
y sortijas fenicias en tus dedos;
y entonces, tú, Hyacinthus, que te creíste invulnerable,
te enguirnaldas la frente con los pámpanos frescos,
pues fatalmente el dardo inmemorial
encuentra dos caminos para herirte en el pecho.
Y eres feliz así, moribundo de estrellas,
agitando en tu antorcha telarañas de hielo,
con tu sonrisa ambigua de mujer inconclusa
y tu rencor de hombre incompleto.
Y buscas en tus páramos horizontes de niebla
con un grito de sal desangrándose en ecos…
-Salobre marejada de moluscos y peces
y tentáculos sordos que trepan a tu lecho.
Y eres feliz, Hyacinthus, en soledad y sombra,
con tus talones ágiles y tus cabellos crespos;
con tu mirada egipcia nublada de pirámides
donde alza sus crepúsculos la maldición de los desiertos.
Y eres feliz así, vagabundo del éxtasis,
y despliegas velámenes al soplo del deseo
viendo pasar las nubes para quedarte triste
bajo la indisociable dualidad de tu sexo.
Y vas por el camino que no conduce a parte alguna
con el nardo sonámbulo que guarda tu secreto,
con las manos sin sombra, resplandecientes de rocío,
y con el torpe orgullo de haber matado un sueño.